https://s.yimg.com/ny/api/res/1.2/B2ZQMBnC685UNLgeE8auzA--/YXBwaWQ9aGlnaGxhbmRlcjt3PTY0MDtoPTQyNw--/https://media.zenfs.com/es/es.afp.com/fb1a979b99f7e7b72a111d14db6a06b5

La reciente intervención diplomática entre Estados Unidos y Rusia en torno al conflicto en Ucrania ha evidenciado la capacidad del Kremlin para inclinar las negociaciones a su conveniencia. En el esfuerzo por implementar una tregua de 30 días a lo largo de la línea de combate, el gobierno estadounidense se topó con una respuesta astuta de Rusia, que consiguió convertir lo que aparentaba ser un avance hacia la paz en una situación llena de incertidumbres y con escasas concesiones.

La iniciativa original de Estados Unidos proponía un alto el fuego absoluto. No obstante, tras una semana de espera y con la pérdida de muchas vidas, se llegó a un acuerdo modesto que implicaba un intercambio de prisioneros, encuentros de hockey y futuras negociaciones. También se acordó una tregua mutua en los ataques a la “infraestructura energética”, según informó el Kremlin. Desde el inicio, esta parte del acuerdo generó confusión, ya que, según las declaraciones de la Casa Blanca, se amplió la definición de “infraestructura energética” para abarcar casi cualquier infraestructura crítica en Ucrania, creando un complicado desafío técnico difícil de interpretar o llevar a cabo.

La propuesta inicial de Estados Unidos consistía en un cese de hostilidades sin condiciones. Sin embargo, después de una semana de espera y la pérdida de cientos de vidas, el resultado fue un acuerdo limitado que incluyó un intercambio de prisioneros, partidos de hockey y más conversaciones futuras. Además, se alcanzó una pausa mutua en los ataques contra la “infraestructura energética”, según el comunicado del Kremlin. Esta última parte del acuerdo generó confusión desde el principio, ya que en las declaraciones de la Casa Blanca se amplió el alcance del término “infraestructura energética” a prácticamente cualquier tipo de infraestructura crítica en Ucrania, lo que generó un campo minado técnico difícil de interpretar o cumplir.

El presidente de Ucrania se mostró abierto al acuerdo, aunque subrayó la importancia de conocer los pormenores antes de comprometerse totalmente. Mientras, Rusia tomó ventaja de la situación para incluir en las charlas demandas que no estaban directamente ligadas al conflicto, como la interrupción de la ayuda externa y del intercambio de inteligencia con Ucrania. También se sugirió la formación de “grupos de trabajo” para abordar el futuro de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, una estrategia que el Kremlin suele emplear para prolongar los procesos diplomáticos y evitar compromisos significativos.

La conversación telefónica entre los mandatarios de ambos países, que en teoría debía significar un avance relevante, terminó evidenciando la capacidad de Rusia para influir en las negociaciones. El intercambio de prisioneros y la pausa en los ataques a la infraestructura energética fueron éxitos menores, mientras que el Kremlin eludió cualquier compromiso sustancial. Además, los ataques aéreos rusos se reanudaron, mostrando que el «cese al fuego parcial» era, en efecto, una táctica para ganar tiempo y avanzar con sus propios planes.

El convenio también evidenció la falta de preparación y unidad en las declaraciones iniciales de Estados Unidos y Ucrania. La propuesta de un cese inmediato de todas las hostilidades resultaba loable en teoría, pero carecía de especificaciones fundamentales sobre su implementación o supervisión. Incluso se llegó a proponer que los satélites vigilaran el cumplimiento del pacto, una idea que, aunque técnicamente factible, presupone que Rusia acogería favorablemente la supervisión estadounidense de sus posiciones militares.

El acuerdo también dejó al descubierto la falta de preparación y cohesión en las declaraciones iniciales de Estados Unidos y Ucrania. La propuesta de un cese inmediato de todas las hostilidades parecía admirable en teoría, pero carecía de detalles clave sobre cómo se implementaría o supervisaría. Incluso se sugirió que los satélites podrían monitorear el cumplimiento del acuerdo, una propuesta que, aunque técnicamente viable, asume que Rusia aceptaría con agrado la vigilancia estadounidense sobre sus posiciones militares.

En última instancia, el Kremlin logró evitar un “no” rotundo mientras ofrecía concesiones mínimas que no comprometieran sus objetivos a largo plazo. Este juego diplomático dejó a la administración estadounidense en una posición complicada, al haber apostado por un acuerdo que no logró los resultados esperados. Más preocupante aún es el hecho de que las ambigüedades del acuerdo podrían abrir la puerta a nuevas ofensivas rusas en el futuro.

El desenlace de estas negociaciones subraya la complejidad de buscar la paz en un conflicto tan arraigado. Si bien se han dado pasos iniciales hacia un diálogo, la realidad es que las tácticas del Kremlin continúan dominando la narrativa. Para millones de ucranianos, el resultado de este enfrentamiento diplomático definirá su futuro, mientras el conflicto sigue siendo una de las mayores crisis geopolíticas de nuestra era.