Pedro Carda no toca la tarta de chocolate, el postre estrella de una comida en la que el presidente de la federación española de atletismo, Raúl Chapado, ha decorado con la medalla de plata federativa. Habla. “Nosotros, sencillamente, pasábamos por allí y nos dieron”, dice con sabiduría y distancia. “Eran los últimos años del franquismo. Nosotros éramos jóvenes viajados, abiertos, modernos, y en nuestra federación, con Rafael Cavero de presidente, también se respiraban aires nuevos… Pero chocamos con el sector más cerrado del régimen que quiso que nuestro escarmiento sirviera de ejemplo”.

Cirujano digestivo, de 75 años, Carda fue uno de los mejores velocistas españoles de los años 70. Campeón de España de 400m vallas y quinto hombre, reserva, en el relevo histórico –Sánchez Paraíso, Sarria, García López y Carballo— que a punto estuvo de superar a Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Múnich 72 gracias a la técnica de paso de testigo en el sexto apoyo implementada por Manuel Pascua Piqueras. Cuando terminaba su curva García López, Carballo, el cuarto relevista, empezó a moverse y en el sexto apoyo echó atrás el brazo izquierdo esperando tocar el testigo para garrarlo, pero sus dedos se cerraron en el vacío. Ahí acabó la aventura y comenzó la congoja y el lamento eterno, y de ello se habló claro en la comida antes de llegar al chocolate, pero se habló más aún de una herida antigua que aún les causa aflicción.

Publicación de la sanción en la revista ‘Atletismo español’

Carda es uno de los conocidos como los nueve del Don Quijote, nueve atletas a los que la federación de atletismo sancionó con tres años de suspensión en 1973 por atreverse, quijotescamente, por supuesto, a pedir mejor comida, lavandería, agua embotellada, que les abrieran el estadio de Vallehermoso para entrenarse y una mínima dieta en una concentración organizada por la Federación Española de Deporte Universitario (FEDU), de cara a la Universiada de Moscú. En la lista de sancionados, junto a Carda, estaban los mejores atletas de la época, una generación brillante: Manolo Carballo, José Alcántara, Gonzalo Juliani, Francisco García López, Isidro Solórzano, Francisco Morera, Manuel Soriano y Julio Gude.

El presidente de la FEDU, Claro Sánchez Mayoral, falangista, era el último eslabón de una cadena que se iniciaba en el despacho apolillado de Torcuato Fernández Miranda, ministro secretario general del Movimiento, el nombre que recibían los engranajes de un régimen caracterizado por el inmovilismo, y máximo responsable del Deporte, y pasaba por Juan Gich, heredero de Juan Antonio Samaranch al frente de la Delegación Nacional de Educación Física, ancestro del actual Consejo Superior de Deportes (CSD). Cuando los ingenuos atletas le entregaron las reclamaciones escritas en una servilleta del restaurante del Don Quijote, en el que malcomían, Sánchez Mayoral la consideró una declaración de insolencia y rebeldía, y la reportó a sus jefes, que inmediatamente decretaron una sanción ejemplar y, malévolamente, obligaron a Cavero, que veía con simpatía a los atletas, a ser el brazo ejecutor como presidente del atletismo.

La carta de petición de amnistía al príncipe Juan Carlos.

Los atletas recurrieron por la vía oficial y también por la sentimental, con una carta de petición de “amnistía” enviada al entonces príncipe Juan Carlos, olímpico en los Juegos de Múnich como algunos de los represaliados y firmada por decenas de atletas. El Príncipe no dio señales ni de haber leído la misiva. Algunos vieron reducida su sanción en los despachos pero la mayoría abandonaron el atletismo y casi el deporte. Alcántara sufrió dificultades para desempeñarse en el rugby y Carballo intentó ser entrenador de esquí. Los atletas se enteraron por la prensa de la sanción, dictada el 15 de agosto de 1973. Nadie les comunicó nada directamente.

50 años después, cuando ya uno de ellos, Morera, había muerto, la herida dolía aún tanto que finalmente se movilizaron los nueve y solicitaron a la federación, que, por favor, borrara el deshonor que acompañaba a sus nombres, anulara la sanción y proclamara su injusticia. Y en un restaurante madrileño, con cuatro de ellos presentes –Carda, Carballo, Solórzano y Soriano—y José María Morera en representación de su hermano, el miércoles pasado, Chapado respondió a la petición en un acto más emotivo que solemne con la firma conjunta de un documento en la que la federación reconoce el derecho de los atletas a “reivindicar unas condiciones dignas”, “restaura el honor de los atletas”, muestra su “respeto” por su trayectoria deportiva y “lamenta” los “hechos que les apartaron de la competición”. Los atletas, por su parte, reconocen “reparado su honor”.

“Fue lo que se conoce como una sanción de plano, sin expediente disciplinario que les permitiese a los atletas ejercer su derecho de defensa. Y de hecho, en nuestros archivos no hay ni actas ni expedientes ni ninguna huella de que se abriera un procedimiento sancionador, así que nuestro comité de disciplina mostró su incompetencia para atender la petición de los atletas”, señala Ana Ballesteros, responsable de los servicios jurídicos de la federación y persona que encontró una vía para reparar el problema. “Hemos recurrido a la herramienta de la llamada mediación restaurativa histórica, un método útil para reparar hechos del pasado que carecen de fórmula jurídica en el presente y transforma la relación víctima-ofensor”.

Siguiendo el procedimiento de la mediación restaurativa, Chapado, tras escuchar el relato de los atletas agraviados, propuso a su Junta de Gobierno el reconocimiento a los atletas que se plasmó en el documento confirmado, la comida, la insignia, la tarta de chocolate y una frase que alguno de los presentes no se privó de exclamar: “Nunca más”.

Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

_